Y llegó el día.
Primero
antes que nada les advierto que este va a ser un texto medio largo y personal.
Están advertidos para que si en serio lo quieren leer vayan a buscarse algo
para comer.
Hace casi 17 años que todos los inviernos me enfermo. Que me
agarra fiebre recurrente durante los años, que me acuesto y me dan ganas de
toser, que siempre que tengo una infección aunque sea en las anginas, se va
para mis pulmones. Me dificulta cantar y por eso no lo hago cuando me están
escuchando. Me cuesta hacer natación y correr mucho. Ni siquiera reírme a
carcajadas puedo, porque si lo hago al extremo me viene la maldita tos. También
cuando me acuesto o cambio de posición bruscamente. A veces porque sí, sin
previo aviso. Tampoco son cosas que me condenaron la vida, pero son pequeñas
cositas que molestan que estén presentes.
No soy mucho tampoco de hablar de esto. Quizá porque soy una
persona algo reservada y no me gusta dar rienda suelta a mis sentimientos tan
fácilmente. Pero como escribir es mi terapia, quiero desahogarme un poco en
unas cuantas líneas.
Cuando tenía tres años, me contagié algún
virus/bacteria/bicho del invierno de por ahí y me agarró mucha fiebre. Mis
papás llamaron al pediatra pero él no quería darme ningún antibiótico y les
dijo a mis papas que se me iría en un par de días. La fiebre no se iba para
nada y cada vez era peor… Cuando fueron de urgencia a otra pediatra (la que
tuve hasta hace unos meses), me dio inmediatamente un remedio y me pude curar… ¿completamente?
Los años de mi infancia siguieron pasando y parecía que había
desarrollado cierta predisposición a enfermarme cada dos por tres y que me
agarrara fiebre. Siempre que sucedía esto, rápidamente mutaba en una neumonía.
Por suerte siempre que se me detectaba, la curábamos a tiempo.
A mis papás eso les empezó a preocupar y decidieron llevarme
a una neumonóloga (para los que no saben, son los médicos dedicados al sistema
respiratorio). Ella les contó a mis papás
que tenía en la base del pulmón derecho, mocos, infecciones, de infecciones
anteriores que se habían alojado ahí y bloqueaban la entrada de aire. (Años
después me enteré de que este es un síntoma que se llama “bronquiectasias”). Preocupados
todos, comenzaron a medicarme con antibióticos cada vez que presentaba fiebre
para que no derivara en una neumonía y empecé a usar drogas como el “seretide”
y el “ventolin”. Ambas en una “aerochamber” que es la típica cosa esa que se
ponen los asmáticos. Pero yo la usaba para que se dilate el pulmón y pudiera
toser para eliminar los mocos.
Así pasé varios años hasta que la neumonóloga empezó a ver
que mi problema seguía estando y que no se expulsaban. Es más, cada vez se
adherían más. Llegué a ir a kinesiología también para que me ayudara a
expectorar porque tampoco tengo muy desarrollado el reflejo de la tos. En casa
no solía toser y me había acostumbrado a tener ese “ruidito” dentro de mi
pecho.
No me olvido más el día que la neumonóloga me hizo sentar en
su regazo y me dijo algo como “Mira Vicky, nosotros vamos a esperar a que vos
crezcas así tu pulmón también crece y quizá al crecer el pulmón se haga más
chiquita la infección y la puedas expulsar, pero sino, vamos a tener que
sacarte ese pedacito con una cirugía”. Yo ahí tendría no se… ocho años. Me
acuerdo que ese día después de ir a la doctora, fui a la casa de mi abuela
materna, me tiré en su cama y me puse a llorar desesperadamente. “No quiero que
me operen” lloraba. Tenía ocho años, no sé qué representación de lo que podía
ser una operación tenía, pero le tenía pánico.
Los años pasaron y cambié de neumonóloga. A los 16 años
aprox comencé a ver a uno nuevo que me mandaba a hacer estudios todo el tiempo
para chequear cómo evolucionaban los pulmones. Hará dos años en una de las
consultas me dijo que la única manera de cortar el problema de raíz era,
justamente, cortando el problema literalmente. Necesitaba operarme. La
operación es una lobectomía y me tenían que sacar el lóbulo inferior derecho y
quizá tendrían que sacarme más. Depende de cuan infectado esté el pulmón.
Dos años estuve que sí, que no, que quizá, que cuando sea
grande… Que “¿para qué la necesito si vivo muy bien así?” Mientras tanto tomaba 3 veces por semana un antibiótico todos los años como profilaxis. Hasta que un día el
doctor me comentó que si no me operaba nunca, era muy probable que la pequeña
porción que estaba infectada en algún momento contagie a las otras zonas del
pulmón y me trajera peores consecuencias. Pensé en mi futuro y no quería imaginármelo
con el mismo problema que acarreaba hace 17 años. Eso creo que fue lo que me
decidió a operarme. Eso y que además programamos posible fecha de operación
para diciembre de 2014 y eso se veía super lejano.
Más llegada la fecha, en Noviembre del 2014 nos contactamos
con el cirujano que se suponía me iba a operar. Tuvimos una entrevista y me fui
más asustada de lo que estaba. Quedamos en que su secretaria me iba a llamar
para concretar una fecha. La secretaria nunca nos llamó. Preocupados levantamos
el teléfono para llamarlo y volvimos a concretar una entrevista. Nos volvió a
recibir pero solo para contarnos la triste noticia de que tenía él una seria
enfermedad, un linfoma. Y que iba a dejar las cirugías complejas para más
adelante. Tristes por él y por la postergación de la cirugía nos retiramos. Esa
había sido la primera vez que alguien decía que mi operación era “compleja”.
Pasó el verano de 2015 y ni siquiera pensé mucho en mi
operación. Tenía la cabeza en irme de vacaciones a Gesell con mis amigas, en
estudiar para los exámenes que había dejado para febrero, etc.
Justo antes de que empezaran las clases, caí enferma. Al
final no fue nada serio. Me subió la temperatura hasta 38.5 y mis amígdalas
eran dos pelotas. Además tenía la boca toda llagada y me dolía una muela. Tenía
una simple infección virósica que se me fue al cabo de dos semanas más o menos.
En el ínterin, esa pequeña molestia de muela se volvió más grave y me sacaron
mi primera muela de juicio.
Ese fue el punto donde con mis papás nos dijimos que era
hora de llamar al cirujano que nos había derivado el otro hombre el año pasado.
Nos comunicamos con él el 27 de marzo y le contamos toda mi historia clínica.
Me mandó a hacer bastantes estudios y nos reencontramos dos semanas después
para que él pudiera verlos. Me hice una espirometría, un análisis de sangre,
una tomografía con contraste y un electrocardiograma con riesgo quirúrgico. El
médico vio los resultados y nos programó una fecha para la operación. 20 de abril
de 2015. En solo diez días.
Por primera vez tenía una fecha tangible para el momento
menos y más deseado. Por un lado, ya no tendría que lidiar con este problema
nunca más, y por otro lado, me aterra de solo pensar en la palabra “cirugía”.
Como toda fan de Google que soy y un poco masoquista, puse
en el buscador un montón de cosas acerca de la cirugía, de la anestesia, hasta
incluso de la vía endovenosa que era lo que más miedo me daba (lo más estúpido,
ya se). Tenía diez días para averiguar todo lo que podía e informarle a todos
mis amigos y familiares. Así estuve nueve días investigando y desarrollando
graciosos mecanismos de defensa. En ningún momento de esos nueve días me angustié.
Después me di cuenta que estuve desplazando toda esa angustia en distintos
lugares. Me di cuenta que no dejaba de pensar en la cirugía y cada vez que
hablaba con mi mamá salía el tema. Además, hacía chistes super morbosos de un
humor negrísimo que solo haciéndolos yo misma no me horrorizaba. Eso sí, si
alguien los hacía podía terminar muy mal. Además todos esos días estuve
teatralizando más de lo que acostumbro. Teatralicé mil cosas irónicamente,
histriónicamente a más no poder. Me acordaba un poco de los nenes cuando tienen
algo que los angustia lo demuestran en el teatro, en sus juegos, en la
representación de roles. Me vi a mí misma por fuera un segundo y nada me
diferenciaba de esos nenes de cinco años.
Y acá estoy. El día anterior a la operación, escribiendo,
muerta de miedo. ¿A qué le tengo miedo? A muchísimas cosas. Tengo miedo a la
operación en sí porque es bastante compleja, también a la anestesia, al
posoperatorio, al no saber en qué estado me voy a despertar, si me va a doler,
si me voy a sentir incómoda, si en verdad me va a cambiar la vida para mejor…
Estoy muerta de miedo. Y no sé con quién hablarlo porque
nadie, ninguno de mis conocidos está pasando por el miedo que estoy teniendo
ahora. Quizá sea una boludez para la clínica, para el cirujano, las enfermeras
y todo aquel que se haya hecho una cirugía o que se realice varias
constantemente. Pero es mi primera cirugía y le tengo miedo a todo. Lo más cercano
a una cirugía que estuve fue cuando me sacaban sangre, o cuando me clavé una
astilla en el dedo meñique de la mano y mi abuelo me la sacó. Jamás me cortaron
para nada ni me lastimé seriamente. Solo rapaduras y sangrados en los talones
por usar zapatos inadecuados que me lastimaron los pies.
Todos tenemos miedo a lo desconocido. Y si me temblaban las piernas y todo el cuerpo como una
hija de puta de los nervios y del miedo el día que me sacaron la primera muela
de juicio hace un mes… ¿Cómo mierda voy a hacer para enfrentarme al lunes?
Fuerza necesito. La mente es lo que nos paraliza de miedo.
La mente con su curiosidad impertinente hacia la certeza de lo incierto.
Cuando me den el alta y tenga que hacer reposo absoluto en
cama por dos semanas les cuento qué tal… Hasta entonces. Gracias por leer.
Me cuesta abrirme para que me lean por dentro a veces.