Hace bastante
que mucha gente me estuvo recomendando la serie “Black Mirror”. Yo tuve que
mirar el primer episodio de la primera temporada y dije “yo no veo nunca más
algo así”. Los que lo hayan visto entenderán el por qué. Pero insistieron tanto
en que los demás episodios no eran así que al final decidí mirar los dos que le
seguían y así terminar la primera temporada (las temporadas suelen tener muy
pocos episodios). Debo confesar que me gustaron bastante. Son episodios que van
más allá de lo que uno espera al ver una serie y se ponen a reflexionar sobre
las relaciones personales, la cultura y las nuevas tecnologías. Creo que no
podés terminar un capítulo sin tener la cabeza llena de replanteos.
No sé si
habrá sido por viciarme con esos capítulos o qué pero hoy me desperté con ganas
de hacer una pequeña reflexión acerca de algo que nos acompaña todo el día: el
celular. Pero más que nada también de lo que lleva dentro, nuestra vida
pública.
¿Y por qué
digo vida pública? Primero y principal porque la mayoría de nosotros usamos el
celular y sus aplicaciones más que nada para interactuar con los demás seres humanos.
Existen, obvio, las aplicaciones como Candy Crush, Toy Blast, etc que son mas
bien juegos; pero esta vez me estoy refiriendo a aplicaciones que la mayoría de
la gente de mi edad y gente más adulta también usa todos los días como el
WhatsApp, el Facebook, Instagram, Twitter, etc. En esta ocasión quiero hablar más que nada del WhatsApp. Esa red social que nos invita a estar TODO EL TIEMPO comunicados.
Nos despertamos
y ¿qué hacemos? Revisamos WhatssApp. No sea que desde que nos dormimos hayamos
recibido algún mensaje en el medio. Dicho sea de paso habíamos dejado el
celular bien al lado de la cama después de un insomnio terrible provocado por
el mismo artefacto. Después desayunamos y vemos las noticias con el celular (ya
el diario quedó descartado, obvio. Te mancha las manos y es demasiado grande
¿). Vamos al baño, y lo llevamos. Es como una pequeña mascota que se pega a
nosotros (y hasta las mascotas tienen más independencia). Tenemos que ir al
trabajo o a cursar. En el subte estamos con el celu: ya sea chateando, jugando
al Candy o escuchando música. ¿Alguna vez te quedaste sin batería o te
olvidaste el celular en tu casa y te pusiste a ver qué hacían los demás? Todos con
la cabeza gacha mirando el aparatito electrónico. Y vos… con una abstinencia
terrible pensando ¿qué hago? ¿Me duermo? ¿Miro al techo? Muy inquieto sin saber
qué hacer.
En el
trabajo depende cuál sea, no lo usamos. Y no bien tenemos un minuto para
descansar o para comer, nos ponemos en la cafetería para ver quién nos habló o
para ver qué pasa en el mundo. Un lugar con mucha gente, toda ensimismada. En clase
es parecido, pero el celular siempre está ahí. Y muchos lo usan en clase.
Creo que se
entendió la idea. El celular vive con nosotros. Incluso me atrevo a decir que
en este momento, mientras leen esto, lo tienen a su alcance. Bien cerca de
ustedes. O quizás, ¿me están leyendo desde uno? No pretendo estar en contra de
los celulares ni las redes sociales y volverme una huraña porque yo misma soy
una activa usuaria. Pero quiero que pensemos un poco cómo llegó este artefacto
a dominarnos el día a día de a poco. Lo llevamos como si fuese parte de nuestro
cuerpo. Incluso algunos lo llevan a la cena.
Y paremos un
poco. Hagamos el experimento. Pensemos ¿qué pasaría si por 24 horas no lo
utilizo? Bueno, ustedes pueden hacer el experimento en sus casas pero yo tengo
un par de teorías de lo que va a suceder. Primero, vamos a sentir una sensación
de abstinencia terrible. Algo que nos acompaña 24/7 lo extraemos completamente
de nuestro ser y lo dejamos lejos. Algo de abstinencia por lógica nos tiene que
llegar. Pero también, algo que nos puede pasar es que nos quedemos
incomunicados de la vida. ¿A qué voy con esto? Bueno, imagínense que todos pero
todos sus amigos, conocidos y compañeros de trabajo/facultad lo usan. Si vos
decidís no usarlo, inclusive por unas horas tristemente, uno queda incomunicado
de la vida. Pongamos ejemplos así se entiende mejor. Podemos estar
incomunicados en diferentes niveles:
- Podría ser que ese día que decidimos no usar el
WhatsApp, alguien nos avisa que se cambió la fecha de un examen que es dentro
de una semana. / O nos invitan a una fiesta el sábado à Ok no hay problema. Al día
siguiente volveré a usar el celular y todo solucionado. Es un nivel no tan
preocupante pero sí si hubiéramos decidido no usar jamás el celular. Porque…¿cómo
nos hubiéramos enterado si no?
- Podría ser que una amiga o un amigo necesite algo para
el día siguiente à si no le
contestaste ese día, es muy probable que tu amigo/a hasta se llegue a enojar o
por lo menos molestar por no haber visto el mensaje y hasta incluso nos diga “estuviste
desaparecido”. ¿Qué? Yo no desaparecí. Siempre estuve acá.
- Y ahora nos vamos a ir a un ejemplo algo extremo pero
que pasa. Imagínense que un amigo les cuenta que su abuelo al cual quería mucho
acaba de fallecer. Probablemente les avise por un mensaje en el WhatsApp y les
mande la dirección del velorio por si quieren ir a hacerle compañía. Y nosotros
ese día decidimos no usar el celular. Quizás nos hayamos perdido estar en un
momento muy importante para alguien por no haber usado el celular.
Es bastante imposible escaparnos de la virtualidad. Porque no
solo es parte de mí, sino que ya es parte de todos. Es muy difícil despegarse.
Y la razón por la cual quiero que
nos despeguemos un poco es porque nos quita tiempo. Pasamos un montón de horas
mirando la pantallita verde del WhatsApp y cuando llega el final del día
sentimos que desperdiciamos tiempo. Que hubiéramos necesitado más. Y esto
también es porque en un promedio, yo creo que recibimos un 80% de “boludeces”,
y un 20% de cosas “importantes”. Y digo importantes con comillas porque
tampoco lo son tanto. Pero son cosas por las cuales está bueno usar la
aplicación y estar conectado con la gente.
Dentro de ese 20% incluyo hablar un rato con amigos, con la pareja, hacer planes
para verse en persona, hablar sobre información importante del trabajo o de la
facultad, etc. Pero el 80% restante
son todas cosas que en verdad nos hacen perder el tiempo: cadenas, videos,
fotos que no tienen ningún sentido, tiempo en el cual estamos mirando a la nada,
dándole refresh a las aplicaciones porque no nos habla nadie, y también cosas
que nos cuentan algunas personas que podríamos pensar que van en el 20%
positivo pero que después te das cuenta que tanto hablar por WhatsApp uno se
queda sin contenido rico para el cara a cara. Te cuento absolutamente todo lo
que me pasa todos los días que cuando te veo en persona el finde ya mucho no
tengo para decirte. Te conté todos mis temores, mis expectativas, los logros…
todo por WhatsApp. ¿Cuán triste es eso?
No se arregla esto “desapareciendo”
de WhatsApp lamentablemente. Y digo WhatsApp como puede ser cualquier
plataforma de chat que esté de moda en el futuro. Lo bueno que tenía por
ejemplo el MSN de los muñequitos verdes, era que para hablar con otra persona
tenías que estar en tu momento de “me siento en la compu del escritorio en casa
tranquilo a chatear”. Era como “el momento de chatear”. Casi todos coordinaban
más o menos el mismo horario de la tardecita para hacerlo. Y hablabas pero no
con la intensidad que hablamos ahora. Ahora el “momento de chatear” está en
cualquier momento: cagando en el baño (sí, así nomás), en medio de la cena con
los familiares, en el trabajo, en la facultad mientras tendríamos que prestar atención
e incluso cuando tendríamos que estar durmiendo. Nos está sacando momentos
ricos en la vida por el hecho de que parece que, para estas épocas y nuestras
generaciones, todo tiene que estar para ahora, para este momento, rápido e
instantáneo.