Dependencia Virtual

19 de abril de 2018

            Hace bastante que mucha gente me estuvo recomendando la serie “Black Mirror”. Yo tuve que mirar el primer episodio de la primera temporada y dije “yo no veo nunca más algo así”. Los que lo hayan visto entenderán el por qué. Pero insistieron tanto en que los demás episodios no eran así que al final decidí mirar los dos que le seguían y así terminar la primera temporada (las temporadas suelen tener muy pocos episodios). Debo confesar que me gustaron bastante. Son episodios que van más allá de lo que uno espera al ver una serie y se ponen a reflexionar sobre las relaciones personales, la cultura y las nuevas tecnologías. Creo que no podés terminar un capítulo sin tener la cabeza llena de replanteos.

            No sé si habrá sido por viciarme con esos capítulos o qué pero hoy me desperté con ganas de hacer una pequeña reflexión acerca de algo que nos acompaña todo el día: el celular. Pero más que nada también de lo que lleva dentro, nuestra vida pública.

            ¿Y por qué digo vida pública? Primero y principal porque la mayoría de nosotros usamos el celular y sus aplicaciones más que nada para interactuar con los demás seres humanos. Existen, obvio, las aplicaciones como Candy Crush, Toy Blast, etc que son mas bien juegos; pero esta vez me estoy refiriendo a aplicaciones que la mayoría de la gente de mi edad y gente más adulta también usa todos los días como el WhatsApp, el Facebook, Instagram, Twitter, etc. En esta ocasión quiero hablar más que nada del WhatsApp. Esa red social que nos invita a estar TODO EL TIEMPO comunicados.

            Nos despertamos y ¿qué hacemos? Revisamos WhatssApp. No sea que desde que nos dormimos hayamos recibido algún mensaje en el medio. Dicho sea de paso habíamos dejado el celular bien al lado de la cama después de un insomnio terrible provocado por el mismo artefacto. Después desayunamos y vemos las noticias con el celular (ya el diario quedó descartado, obvio. Te mancha las manos y es demasiado grande ¿). Vamos al baño, y lo llevamos. Es como una pequeña mascota que se pega a nosotros (y hasta las mascotas tienen más independencia). Tenemos que ir al trabajo o a cursar. En el subte estamos con el celu: ya sea chateando, jugando al Candy o escuchando música. ¿Alguna vez te quedaste sin batería o te olvidaste el celular en tu casa y te pusiste a ver qué hacían los demás? Todos con la cabeza gacha mirando el aparatito electrónico. Y vos… con una abstinencia terrible pensando ¿qué hago? ¿Me duermo? ¿Miro al techo? Muy inquieto sin saber qué hacer.

            En el trabajo depende cuál sea, no lo usamos. Y no bien tenemos un minuto para descansar o para comer, nos ponemos en la cafetería para ver quién nos habló o para ver qué pasa en el mundo. Un lugar con mucha gente, toda ensimismada. En clase es parecido, pero el celular siempre está ahí. Y muchos lo usan en clase.  

            Creo que se entendió la idea. El celular vive con nosotros. Incluso me atrevo a decir que en este momento, mientras leen esto, lo tienen a su alcance. Bien cerca de ustedes. O quizás, ¿me están leyendo desde uno? No pretendo estar en contra de los celulares ni las redes sociales y volverme una huraña porque yo misma soy una activa usuaria. Pero quiero que pensemos un poco cómo llegó este artefacto a dominarnos el día a día de a poco. Lo llevamos como si fuese parte de nuestro cuerpo. Incluso algunos lo llevan a la cena.

            Y paremos un poco. Hagamos el experimento. Pensemos ¿qué pasaría si por 24 horas no lo utilizo? Bueno, ustedes pueden hacer el experimento en sus casas pero yo tengo un par de teorías de lo que va a suceder. Primero, vamos a sentir una sensación de abstinencia terrible. Algo que nos acompaña 24/7 lo extraemos completamente de nuestro ser y lo dejamos lejos. Algo de abstinencia por lógica nos tiene que llegar. Pero también, algo que nos puede pasar es que nos quedemos incomunicados de la vida. ¿A qué voy con esto? Bueno, imagínense que todos pero todos sus amigos, conocidos y compañeros de trabajo/facultad lo usan. Si vos decidís no usarlo, inclusive por unas horas tristemente, uno queda incomunicado de la vida. Pongamos ejemplos así se entiende mejor. Podemos estar incomunicados en diferentes niveles:

  •           Podría ser que ese día que decidimos no usar el WhatsApp, alguien nos avisa que se cambió la fecha de un examen que es dentro de una semana. / O nos invitan a una fiesta el sábado à Ok no hay problema. Al día siguiente volveré a usar el celular y todo solucionado. Es un nivel no tan preocupante pero sí si hubiéramos decidido no usar jamás el celular. Porque…¿cómo nos hubiéramos enterado si no?
  •         Podría ser que una amiga o un amigo necesite algo para el día siguiente à si no le contestaste ese día, es muy probable que tu amigo/a hasta se llegue a enojar o por lo menos molestar por no haber visto el mensaje y hasta incluso nos diga “estuviste desaparecido”. ¿Qué? Yo no desaparecí. Siempre estuve acá.
  •           Y ahora nos vamos a ir a un ejemplo algo extremo pero que pasa. Imagínense que un amigo les cuenta que su abuelo al cual quería mucho acaba de fallecer. Probablemente les avise por un mensaje en el WhatsApp y les mande la dirección del velorio por si quieren ir a hacerle compañía. Y nosotros ese día decidimos no usar el celular. Quizás nos hayamos perdido estar en un momento muy importante para alguien por no haber usado el celular.

Es bastante imposible escaparnos de la virtualidad. Porque no solo es parte de mí, sino que ya es parte de todos. Es muy difícil despegarse.

Y la razón por la cual quiero que nos despeguemos un poco es porque nos quita tiempo. Pasamos un montón de horas mirando la pantallita verde del WhatsApp y cuando llega el final del día sentimos que desperdiciamos tiempo. Que hubiéramos necesitado más. Y esto también es porque en un promedio, yo creo que recibimos un 80% de “boludeces”, y un 20% de cosas “importantes”. Y digo importantes con comillas porque tampoco lo son tanto. Pero son cosas por las cuales está bueno usar la aplicación y estar conectado con la gente.

 Dentro de ese 20% incluyo hablar un rato con amigos, con la pareja, hacer planes para verse en persona, hablar sobre información importante del trabajo o de la facultad, etc. Pero el 80% restante son todas cosas que en verdad nos hacen perder el tiempo: cadenas, videos, fotos que no tienen ningún sentido, tiempo en el cual estamos mirando a la nada, dándole refresh a las aplicaciones porque no nos habla nadie, y también cosas que nos cuentan algunas personas que podríamos pensar que van en el 20% positivo pero que después te das cuenta que tanto hablar por WhatsApp uno se queda sin contenido rico para el cara a cara. Te cuento absolutamente todo lo que me pasa todos los días que cuando te veo en persona el finde ya mucho no tengo para decirte. Te conté todos mis temores, mis expectativas, los logros… todo por WhatsApp. ¿Cuán triste es eso?

No se arregla esto “desapareciendo” de WhatsApp lamentablemente. Y digo WhatsApp como puede ser cualquier plataforma de chat que esté de moda en el futuro. Lo bueno que tenía por ejemplo el MSN de los muñequitos verdes, era que para hablar con otra persona tenías que estar en tu momento de “me siento en la compu del escritorio en casa tranquilo a chatear”. Era como “el momento de chatear”. Casi todos coordinaban más o menos el mismo horario de la tardecita para hacerlo. Y hablabas pero no con la intensidad que hablamos ahora. Ahora el “momento de chatear” está en cualquier momento: cagando en el baño (sí, así nomás), en medio de la cena con los familiares, en el trabajo, en la facultad mientras tendríamos que prestar atención e incluso cuando tendríamos que estar durmiendo. Nos está sacando momentos ricos en la vida por el hecho de que parece que, para estas épocas y nuestras generaciones, todo tiene que estar para ahora, para este momento, rápido e instantáneo. 

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